jueves, 21 de agosto de 2014

El mañana nunca muere, no pelee con nadie, sea humilde.

Un cordialísimo saludo en nombre del Budismo Tántrico Tibetano


Universidad de Antioquia, 13 de agosto de 2014.

Horrorizado hasta el punto extremo de lo posible con la mediocridad de los docentes Luis Germán Sierra, Gonzalo Medina y Carlos Vásquez que fueron los jueces, que con su pobre y deplorable sabiduría juzgaron que el excelentísimo y hombre superior Gustavo Zuluaga Herrera, “ el hamaquero” , no siguiera haciendo el maravilloso y extraordinario de poesía los domingos en la mañana en la emisora cultural Universidad de Antioquia.

¡ Pero si Gustavo no hacia nada malo con su programa de radio! Cómo hombre superior le daba la voz a cuanto joven poeta comenzaba amostrar sus talentos dados por el Dios. Defendía los derechos de los pobres y desposeídos, Gustavo Zuluaga mostraba lo que hace un niño prodigio cuando tiene su propia idea del universo y se hace creador.

Gustavo todos los domingos daba testimonio de lo que hace un creador y los creadores, como Bernardo Ángel,que a través de la angustia tratan de despertar al hombre moderno, sepultado en la mediocridad,la ignorancia, la lujuria, la estupidez , el odio,el deseo, los celos, las rencillas, la pereza, la maldad.

Y estos pobres, grises, vacíos, superfluos docentes mencionados, son cómplices de las fuerzas de la maldad que conspiran para acabar con lo poco  bueno que queda en Medellín, de tal modo que Babilonia la ramera espiritual se cubra por completo de oscurantismo y tiniebla espiritual.

Que cosa tan deplorable y repugnante han hecho estos pobres y olvidados docentes. Jehovah es luz.
Con razón mis amigos de la India dicen que la universidad es el matadero del alma. Y el aspecto que hoy ofrecen los seres es un pueblo doloroso como ovejas sin pastor.
¡Bendito sea eternamente el nombre de Yaveth el Dios de la vida eterna!

Que cosa tan deplorable repugnante y rechazable han hecho esos pobres docentes Luis Germán Sierra, Carlos Vásquez y Gonzalo Medina, cuyos pobres escritos no pasan de ser un poco de voluptuosidad y hastío. ¿ Y pensar qué estos pobres seres tienen los buenos salarios de la educación colombiana?.

Con razón Colombia es un país paria en el contexto universal, si lo poco bueno que hay lo pisotean los bárbaros. !Que horror, que nausea contemplar el hombre moderno!,

Es deplorable saber que Carlos Vásquez enseña catedra de Nietzsche y Bataille en el pobre Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, lo mínimo que enseñan Nietzsche y Bataille es ser ético y lo que han hecho estos pobres y grises docentes no es ético.

Fraternalmente,

Leoncio Cardona Pérez.
Estudiante de los testigos de de jehovah y Antropólogo.  

jueves, 3 de mayo de 2012

El José Manuel Arango que conocí


Por Gustavo Zuluaga
¿Cómo conocí a José Manuel Arango? Yo leía con mucha emoción sus poemas, era el poeta colombiano al que más admiraba. Él pertenecía a un grupo de profesores que hacía la revista Aquarimantima y entre mis amigos existía cierta bronca gratuita contra ellos y por la cual me sentía un poco intimidado. En ese entonces yo trabajaba en la biblioteca de la Universidad de Antioquia, haciendo los cuadernos de la misma y estaba empeñado en hacer uno de poesía dedicado a la obra de José Manuel Arango.
Gloria Bermúdez me decía: “venga, conozca al poeta que yo se lo presento, él es muy sencillo”. Me arriesgue y fui con Gloria al Departamento de Filosofía. Allí encontré un hombre de baja estatura, delgado, con gafas muy grandes, al igual que sus orejas. Cuando me acerqué a él vi a un hombre tímido y silencioso, un hombre noble. Su discreción y la forma en que vestía lo hacían pasar desapercibido, desde siempre le vi el don de la invisibilidad.
Empezamos a hablar, sus palabras eran precisas y su silencio perfecto. Era un hombre entregado a la reflexión y que prefería no ser notado, parecía un espíritu oriental o un monje del medioevo. Le mostré el cuadernito que estaba haciendo con sus poesías y él discretamente asintió con cierta deferencia que no se trataba de él. Después bajamos por un tinto a la cafetería de filosofía y empezamos a hablar de otros asuntos: de un proyecto que yo tenía, un cuaderno sobre poesía Zen o haikú japonés, hablamos mucho de eso y hasta le pedí que me tradujera unos poemas.



Unos meses después le hable de un proyecto que tenía en Copacabana: Don Benjamín Correa, el compañero de viaje a pie de Fernando Gonzalez, había muerto hace dos o tres años en ese municipio, donde había vivido toda su vida, y según me habían contando, en un baúl reposaban siete poemas inéditos de su obra. Empezamos a ir Copacabana dos veces por semana hasta que dimos con la casa de la sobrina de don Benjamín, le mostramos una carta de la Universidad de Antioquia que yo había conseguido y ella accedió a mostrarnos. Durante dos meses nos dedicamos a leer esos cuadernos escritos con plumilla y tinta china. Yo saqué la mano rápidamente y le decía a José Manuel que eso parecía escrito por un españoleto, él me contestaba que no se podía ser tan ligeros y que él se quedaría leyéndolos.



En esas y las otras, José Manuel me decía “tan bueno conseguirme un terrenito por acá para tener mi casa en Copacabana”. Empezamos a buscar de vereda en vereda y al cabo de unos seis meses de idas y venidas se encontró un lote por un sitio que luego se llamó Villa Roca. Él encantando lo compró y empezó a ir, con sus hijos y su señora, a acampar donde iba ser su futura finca, en donde vivió por trece años, hasta que la mafía invadió sus alrededores y el ambiente se volvió asfixiante para la mente idílica de José Manuel.
Por esas épocas estaba empezando la casa de la cultura en Copacabana y ofrecieron la edición de la revista IMAGO. Yo le propuse a que me ayudara, que la hiciéramos codirigida, y él aceptó. También íbamos al cine club a ver ciclos de cine alemán: Fassbinder, Wim Wenders y Herzog.
En esos días le dio por pedir un año sabático a la UdeA para escribir su libro Cantiga y para ir construyendo su casa, haciendo su ante jardín, su ante solar.. Su finca. Además, andaba peleado con el papel de profesor, no quería dar clase y me decía: “esos muchachos no lo oyen a uno”. Sentía que no había comunicación entre alumnos y profesor. Así fue que terminó negociando su jubilación para quedarse en su casa.



Fue entrando en un periodo de misticismos, de amor por la naturaleza, quería conocer cada árbol, cada pájaro, cada flor de su jardín. Se enamoró de las montañas que se veían desde su finca, estaba volviendo a ser el campesino, el jardinero que llevaba adentro.

Luego ocurrió el hecho más lamentable de la vida de José Manuel: su hijo, Rodrigo, había pasado a la Universidad Nacional para estudiar Artes y mientras celebraba fue atropellado por un bus y murió. José Manuel quedó en un limbo de tristeza tal que todos los que éramos sus amigos salimos desfavorecidos, no nos quería ver. Pasó los peores momentos de sus vida en una soledad y un silencio abrumadores. Por ahí a los dos años de ese horroroso suceso yo me reuní con Guillermo Baena para proponerle a José Manuel una antología de poemas de amor, que luego salieron publicados por la editorial INTERGRAF.



Seis meses después nos reunimos Juan José Hoyos, Guillermo, José Manuel y yo para proponer la traducción de un libro de Emily Dickinson en el cual se sumergió por más de dos años. Fruto de ese esfuerzo salió el libro En mi flor me he escondido.
En 1990 nos metimos en un proyecto raro. Hay un poeta chino, Han-Shan, del que habíamos conocido cuatro o cinco poemas. Viajé a Villa de Leiva, donde vivía un personaje del Zen que tenía una edición de poemas de Han-Shan en inglés. Le propuse a José Manuel que los tradujera y él me dijo: Pero cómo querés que haga un refrito con esas traducciones. El poquito prestigio que tengo como traductor los pierdo haciendo esa traducción. Yo le contesté: Regálale ese prestigio a Han-Shan y olvídate de tu Yo orgulloso. Nos pusimo en esas y sacamos El solitario de la montaña fría, poemas de Han-Shan.



En 1992, entre Mario Sánchez, Robinson Quintero, Germán Sierra, Juan Rivas y yo, iniciamos una tertulia literaria con José Manuel. Inicialmente la hacíamos en el segundo piso de un bar, donde nos acompañaban Olga Acosta, Antonia Acosta, Luz Ángela Rendón y Clara Leguizamón. Al cabo de seis meses se nos ocurrió pasarnos para el jardín botánico, allí se inicio la tertulia literaria del jardín botánico que duró alrededor de ocho años, hasta la muerte de José Manuel en el 2002. A esa tertulia invitámos a Rogelia Echevarria, Giovanny Quesseps, Piedad Bonnet, William Ospina , Guillermo Martínez, Milceades Arévalo, Víctor Gaviria, Juan Gaviria, recuerdo que llevamos al jefe de la mazonería Hugo Guarín, a los alquimistas comandados por Aníbal, invitamos grupos políticos diferentes, culebreros, trovadores, toda la jauría de Medellín y sus alrededores pasaba por la tertulia. El señor Álvaro Cogollo, gran conocedor de los árboles del jardín botánico, nos mostraba cada uno con su nombre vulgar y científico. Álvaro Gómez, amante de los pájaros y director del club que tenía sede en el jardín, nos llevaba a dar rondas por el lugar para mostrarnos los nombres de los pájaros.



Al documentalista y enamorado del cine César Montoya, que hacia parte de la tertulia, y a mí, se nos ocurrió hacer un documental sobre José Manuel. Robinson Quintero se encargó de hacer el guion y yo llamé a Maria Mercedes y conseguí el apoyo de la Casa Silva y fui al centro de televisión de la UdeA y Bertha Lucía Gutiérrez aprobó ayudarnos con dinero, equipos y producción.
El documental se llamó La humildad del jardinero y su realización nos dio muchas alegrías. Recorrimos las montañas de Copacabana y Guarne y la entrevista entre José Manuel, Juan José Hoyos y yo, que hicimos en la finca de Guillermo Baena, fue muy rica en anécdotas e historias. Después de que hicimos la entrevista, José Manuel solo hizo borrar un pedacito -para no enemistarse con los profesores de filosofía- en el que decía “perdí 30 años de mi vida estudiando filosofía”.
Cuando lo invitaban a leer sus poemas al Carmen de Viboral, su pueblo de origen, él me decía: Tranquilo Gustavo, allá casi no va gente y Celia, mi hermana, hace unos sancochos que son mejores que el recital. Llegábamos a la casa de la cultura y no había sino tres o cuatro personas. José Manuel, imperturbable, estaba en su propio viaje, reviviendo su pasado, recordando su infancia, y ese recital era una excusa para pasear. Recuerdo que en el camino poníamos Razón de vivir, una canción de Víctor Heredia que cantábamos a dúo. También quiero recordar nuestros encuentro con Juan José Hoyos para tertuliar en las noches, mientras escuchábamos a Agustín Lara, uno de sus más adorados cantantes.
José Manuel amaba profundamente la naturaleza, quería saber el nombre de cada árbol, de cada flor, de cada pájaro. Alquiló una casita campesina en una vereda del Alto de la Virgen, donde estuvo por un año. En un cuaderno recogía las hojas, las flores y los frutos de los árboles y les ponía el nombre vulgar y el científico. Salíamos también a revisar nombres de pájaros y a mirar las montañas en silencio, con un recogimiento religioso.
En cuanto a la política, José Manuel tenía muchas expectativas con Gustavo Petro -por allá en el año 2000- lo veía como un demócrata, pensaba que podía hacer algo por este país. Yo, personalmente, pienso que Gustavo Petro es bueno para denunciar pero no para gobernar un país. Decía que Carlos Gavíria era un bocón, quién sabe si era porque Luis Pérez fue rector de la UdeA y Carlos Gavíria, vicerrector.
Hablemos ahora del cigarrillo en la vida de José Manuel. Se trataba de una pesadilla. Muchas veces lo acompañé a ponerse inyecciones para la adicción y al frente de la enfermería nos tomábamos un tinto y él prendía un cigarro. A veces andaba con goma antinicotina. Él me decía que cuando bebía y no fumaba se enloquecía y hacía cosas inapropiadas. Fuimos en varias ocasiones donde el acupunturista para que le enterraran agujas en las orejas, en los brazos, en las manos y en el estómago, para aplacarle la ansiedad. Todo era inútil, en la noche, cuando empezaba a beber fumaba de nuevo.
Más o menos en el año 2000, Guillermo Baena y yo nos pusimos en la tarea de recoger toda la obra de José Manuel, bajo el nombre de Poesía reunida. Luego la editorial Norma nos copió la idea y salió ese libro que le dio mucha alegría a José Manuel. Después, en la emisora de la UdeA grabamos un CD con sus poemas, en su voz. No nos imaginamos que eso que estábamos haciendo era premonitorio porque su muerte se estaba acercando.
En uno de sus últimos cumpleaños le regalé El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer. Esos conceptos pesimistas sobre el mundo, sobre Dios, lo trastornaron mucho, lo hicieron cambiar sus conceptos pasados. Luego se consiguió la edición en alemán para cotejarla con la traducción al español.
Estos libros fueron parte de sus últimas lecturas, al igual que Pessoa. Me llamaba a medianoche para leerme Mi niño Jesús, Lisboa revisitada, Tabacaria, etc.
Al final de su vida, en sus últimos seis meses, le pidió a Clarita, su esposa, que lo dejara vivir solo en una pieza de hotel. Clarita no fue capaz de aceptar esa petición, lo más seguro es que no intuyó que José Manuel quería estar solo, rascándose las pulgas y resolviendo asuntos de su interior que estaban pendientes.
Hablamos mucho de la muerte en los últimos días de la tertulia, hasta apuntamos el nombre de una pastilla que ingeriríamos si nos cogía una enfermedad que nos dejara vegetales. Dijimos que nos colaboraríamos si no nos llegaba la pelona a tiempo y teníamos que sufrir.
Ocho días después de su muerte, Clarita nos reunió a Guillermo Baena y a mí en el jardín botánico para mostrarnos el libro de poemas inéditos de José Manuel y que nosotros decidiéramos si lo publicábamos o si lo tirábamos al fuego. Ante el valor poético de su obra no teníamos más que admiración y respeto.